martes, julio 19, 2005

Discusiones sobre la disminución de las horas de trabajo (vol.1)


La disminución de las horas de trabajo no es un tema nuevo y ha generado controversias y bibliografía abundantes a través de los últimos dos siglos, particularmente desde que se extremaran las condiciones laborales a partir de la Revolución Industrial. Economistas, sociólogos, politólogos y filósofos han estudiado la cuestión y han aplicado tanto sus conocimientos como sus convicciones en la elaboración de sus trabajos dada la importancia que este tema presenta y las implicancias que tiene en la configuración de la organización productiva en todos los sectores económicos, y por ende en la organización social de los países.

El contexto mundial actual de alto desempleo - en relación al período de posguerra - ha reabierto las discusiones en los ámbitos académicos sobre los problemas en torno al trabajo e incluso ha llevado discutir los argumentos en la opinión pública, sobre todo en los países más desarrollados y en particular en los de Europa occidental y nórdica. Tal es así que dos de los principales países de la Unión Europea - Alemania y Francia- han puesto en práctica regulaciones limitando la jornada de trabajo por medio del establecimiento de topes en la cantidad de horas suplementarias y la elevación de la cotización de estas horas.

Durante la edad media, la organización del tiempo estaba en manos de la Iglesia, las actividades sociales giraban en torno a ella y los días festivos ordenados por ésta llegaban a 164 al año. Es decir que el 44% de los días del año estaban consagrados a Dios. A partir del siglo XIII la vida se organizó en torno a las ciudades y la organización del tiempo fue paulatinamente trasladada desde la esfera religiosa hacia la mercantil.

A comienzos del siglo XIX la situación había cambiado drásticamente, la Revolución Industrial llegaba a su punto más alto de utilización de la mano de obra; el tiempo de presencia de los empleados en su lugar de trabajo era del orden de las 4.500 horas al año, es decir de 15 a 16 horas por día, 6 días por semana. Mientras que el tiempo efectivo de trabajo correspondía a 3500 horas por año. Se estima que en las sociedades tradicionales los agricultores trabajaban entre 1800 y 2000 horas al año. La degradación de las condiciones de vida durante los siglos que duró la revolución industrial es indudable, sobre todo si tenemos en cuenta la nueva concepción del trabajo que brinda Dominique Méda (El trabajo, un valor en vías de extinción; Gedisa Editorial, Barcelona, 1995).

Méda sostiene que históricamente los estudiosos de la problemática del trabajo parten del supuesto de la necesidad del trabajo para el hombre, tal es así que consideran al trabajo como una categoría antropológica, es decir, inherente al ser humano. Ella afirma, sin embargo, que el trabajo es una categoría histórica del hombre, es decir que no es un invariante de la naturaleza humana y se puede prescindir de el.

Al efecto Jeremy Rifkin asevera que la era del hombre sin trabajo está al caer. La utilización de robots ha aumentado la productividad fuertemente generando altas tasas de desempleo en muchos países del mundo y no faltará mucho tiempo hasta que nos encontremos sin trabajo. Sin embargo, sostiene que esto no es un estigma, la falta de trabajo no hace perder hará perder al hombre su condición de tal, infiriéndose en su postulado una concepción de trabajo similar a la de Méda.

La Ciencia Económica tal que ciencia social ha producido numerosas obras sobre el trabajo pero no ha buscado más allá de lo evidente en esta cuestión al partir todos ellos del supuesto de la necesidad de este.

1 comentario:

Inconsciente Colectivo dijo...

Esto que sigue es parte de un post mío en otro foro, puede aportar algo al contexto previo a la discusión:

De Paul Lafargue: “Una extraña locura invade a las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista; una locura que en la sociedad moderna tiene por consecuencia las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste Humanidad. Esa pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su progenitura. En vez de reaccionar contra esa aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo (...). Los griegos de la gran época no tenían más que desprecio por el trabajo: solamente a los esclavos les era permitido trabajar; el hombre libre no conocía más que los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia (...). Cristo, en su sermón de la montaña, predicó la pereza: "Contemplad cómo crecen los lirios de los campos; ellos no trabajan, ni hilan, y sin embargo, yo os digo, Salomón, en toda su gloria, no estuvo mejor vestido". Jehová, el dios barbudo y áspero, dio a sus adoradores supremo ejemplo de la pereza ideal: después de seis días de trabajo se entregó al reposo para toda la eternidad.
¿Cuáles son en cambio las razas para quienes el trabajo es una necesidad orgánica? (...) ¿Cuáles son las clases que aman el trabajo por el trabajo? Los campesinos propietarios, los pequeños burgueses (...). Y también el proletariado, traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo”
Encabeza a este texto, llamado “El derecho a la pereza” una frase de Lessing: “Seamos perezosos en todo, excepto en amar y en beber, excepto en ser perezosos”.
Ahora bien, previendo ataques infundados, cabe señalar que este texto fue escrito en la segunda mitad de S. XIX. Néstor Kohan dice del mismo: “A contramano de la cultura socialista hegemónica que siempre rindió culto al trabajo, a la abnegación y al sufrimiento, Lafargue defiende los legítimos derechos del ocio obrero. De este modo, dando la espalda a la moral protestante que santifica el trabajo y el esfuerzo, Lafargue se convierte en un precursor de la temática moderna del tiempo libre”.