Cuando el dios blanco Viracocha apareció envuelto en la bruma del misterio en América del Sur, instruyó a los nativos que allí encontró en las “artes civilizadas”: astronomía, geometría, agricultura y arquitectura. También les enseñó como hacer vino a partir de la miel. Cuando los dejó, éstos lentamente volvieron a su chozas, y eventualmente olvidaron casi todo lo aprendido. Pero aún hoy destilan un brebaje alcohólico llamado balche, basado en la misma receta que Viracocha les enseñó a sus ancestros miles de años atrás. Y quién puede culparlos. Es decir, esas otras artes eran fantásticas y todo eso, pero ¿qué son en comparación con una botella de buen vino de miel?
No sorprende la cantidad de mitos existentes alrededor del mundo en los que los mismos personajes a quienes se remonta la creación de la religión local son también señalados como los introductores de las bebidas alcohólicas. En la Europa nórdica, el emisario divino que trajo el licor fue el dios Odín. Más que dispuesto a sufrir por este conocimiento, Odín sacrificó un ojo a cambio de sabiduría, y se colgó a si mismo de un árbol por nueve días y nueve noches, tras los cuales creó las runas. Éstas fueron tanto una forma primitiva de comunicación escrita como poderosos símbolos mágicos. Una vez que hubo sacado los trucos de magia y las cuestiones lingüísticas del camino ( y probablemente tras haber aburrido de un modo indecible a los nativos) les entregó algo más interesante que hacer con sus lenguas: el aguamiel, otro brebaje alcohólico destilado de donde su nombre indica. Ahora bien, si alguna vez han probado el aguamiel, sabrán que estos salvajes estaban verdaderamente desesperados por embriagarse.
Estos vikingos primitivos sintieron que partirse la cabeza con aguamiel los acercaba un poco más a sus dioses, y regularmente bebían para ganar el favor de Odín ante de la batalla y para acrecentar su temeridad. Por lo general los bersekers, versión vikinga de los kamikazes (con hachas en vez de aviones) no sólo eran los más valientes y suicidas, sino también los más tomados.
Desafortunadamente, esta costumbre de beber antes de la batalla solía acarrear resultados poco favorables –la noche antes de una batalla clave, los vikingos decidieron estar realmente seguros de tener la bendición de Odín, y a la mañana siguiente tenían unas resacas tan terribles que sus enemigos pudieron desmoralizarlos con sólo golpear sus espadas y escudos. La mayoría de los beodos fueron prontamente masacrados (si alguna vez experimentaste una resaca de aguamiel, sabrás que probablemente se sintieron agradecidos). Así que la próxima vez que tu esposa se queje de que llegues ebrio a tu casa, dile que sólo estabas tratando de obtener la bendición de Odín. Pero no me culpes si te masacran.
Para los primeros griegos, fue Baco quien introdujo la fórmula del vino, y el mismo jugaba un papel central en la adoración del dios, la cual por lo general era una orgía etílica. Podemos imaginar lo popular que fue esta religión en su época. El comportamiento de sus seguidores era tan notorio que hasta el día de hoy usamos la palabra bacanal para referirnos a todo tipo de hedonismo excesivo.
Su culto sobrevivió durante los tiempos romanos, en los que cambió su nombre (probablemente por razones legales) a Dionisio. Los seguidores de Dionisio llegaban a tal desenfreno en su beodez, que como diversión solían comportarse como bestias y arrancarles uno a uno los miembros a los ocasionales peatones.